“Te va a parecer una tontería pero…”, "Quizás lo esté exagerando" y otras maneras de invalidarse a una misma

Regulación emocional
Laura Marín Cuesta

Laura Marín Cuesta

/12 min. de lectura

“Te va a parecer una tontería pero…”, "Quizás lo esté exagerando" y otras maneras de invalidarse a una misma

¿Cómo saber de qué magnitud tienen que ser las dificultades que tienes para considerarse lo suficientemente relevantes?

Probablemente si buscas esto en internet, no encuentres ningún manual (o no deberías) porque la realidad es que no existe un medidor. Lo que hace que un suceso se convierta en un obstáculo para sentirnos bien no es su “magnitud” sino la interpretación que hacemos sobre el mismo. Un suceso vital negativo como la muerte de un ser querido, será experimentada por dos personas de diferente manera en función de si lo perciben como algo injusto, parte inevitable de la vida o algo que le puede pasar en cualquier momento y por lo que no salir de casa. También influirán factores como la cercanía que tuviesen con esa persona, la experiencia de duelos anteriores o no…

Por eso, aunque compararse a veces sea inevitable, si hablamos en términos de malestar emocional (algo totalmente subjetivo) es una batalla perdida. Cada persona va acumulando una serie de aprendizajes en su historia de vida de los que saca conclusiones y construye unas normas sobre cómo funciona el mundo, qué se merece como persona o qué puede esperar de su entorno. Estas normas o creencias básicas, intrínsecas en cada uno, hacen que vea una misma situación con un prisma diferente al que lo veríamos tú o yo (dado que tenemos otras historias de aprendizajes).

A cada persona le afectan los eventos de la vida de una manera diferente y no pasa nada.

Es mejor aceptar la experiencia emocional (aunque a veces sea desagradable en el corto plazo) que criticarse por ello o intentar evitarla. La evidencia científica nos los dice.

Las emociones tienen una función evolutiva que nos ha ayudado a adaptarnos como especie: meterlas en categorías como buenas o malas es un error, ya que tenderemos a dejarnos llevar por las positivas y tapar o evitar las negativas.

A veces nuestras agendas están tan llenas que lo hacemos sin querer y lo que ocurre en el medio largo plazo es que ese cúmulo de pequeñas emociones sin gestionar diarias se pueden expresar de otra manera en nuestro cuerpo (por ejemplo, somatizaciones como úlceras, caída de pelo…).

Como esto ocurre con una demora de tiempo respecto a la situación que lo desencadenó y no tiene nada que ver con la situación inicial, no somos capaces de establecer esa relación entre la emoción y el estímulo desencadenante ni comprenderla o actuar sobre ella.

Las emociones son mensajeras.

La emoción de enfado por ejemplo, nos moviliza a poner límites frente a personas que creemos que los están invadiendo en ese momento, o que interpretamos que están actuando de una manera injusta según nuestra ética. Si reconocemos nuestras propias señales de enfado, identificamos que estamos enfadados, podemos relacionarlo con la situación que lo ha desencadenado, y decidir de qué manera lo queremos expresar. Este proceso de regulación emocional requiere de habilidades de autoobservación, autocontrol, toma de decisiones y comunicación.

Ahora bien, si no la atendemos, puede que lo somaticemos como comentábamos anteriormente, que un día nos desbordemos o que se genere una emoción secundaria mucho más compleja de gestionar (por ejemplo: la culpa, el desprecio…) y que ya no tiene que ver con la situación que la desencadenó sino con cómo nosotros nos relacionamos con nosotros mismos. Imaginemos que somos super puntuales y hemos quedado con una amiga, que viene 40 minutos tarde. Cuando nos enfadamos ante una situación y nos juzgamos por ello (“no debería enfadarme por esto, soy una mala persona”), nos sentimos aún peor (culpables) y no podemos pensar en soluciones (por ejemplo: expresarle de manera asertiva que me enfada y proponer alternativas para evitar que suceda de nuevo).

Este tipo de procesamiento emocional ocurre cuando nos tendemos a invalidar emocionalmente porque hemos aprendido que enfadarse con una amiga es de ser mala persona.

¿Pero qué es invalidar nuestras emociones?

Invalidar hace referencia a ese acto de negar, quitar importancia o evitar las emociones de una misma o de otra persona. Por ejemplo, cuando un amigo nos expresa que lo desmotivado que está en el trabajo y le contestamos con comentarios como: “¿de qué te quejas?”, “hay mucha gente que está pasando hambre”, “no haber estudiado eso”. Este amigo probablemente nos lo ha comentado buscando apoyo social, ya que la función de la tristeza es expresar un malestar sea a través del llanto, la queja… y permite que otras personas del grupo social te abriguen y te aporten puntos de vista (enriquecedores).

Ante este tipo de comentarios, la persona no solo se sigue sintiendo desanimada sino que además se va a su casa sintiendo que no debería sentirse así (culpable, nuevamente).

Además, la próxima vez que se sienta mal, probablemente no lo exprese, por haber sido desagradable esa experiencia y por anticipar que de contarlo, su entorno le juzgará. En consecuencia, este tipo de palabras nos distancian de quien las emite, ya que compartir momentos de vulnerabilidad, preocupaciones…aparte de buenas nuevas es lo que hace que crezca la intimidad en las relaciones. Las actitudes invalidantes dañan nuestra autoestima. Si algo que a nosotros nos está doliendo mucho, es considerado por nuestro entorno como una tontería, dudaremos de nuestra propia experiencia llegando a creer que es exagerada o inapropiada.

Nos relacionamos con nuestras emociones de la manera en que hemos visto hacerlo a los demás (con las suyas o con las nuestras). Especialmente en la infancia (a nuestros padres, tutores…) y adolescencia (las personas de nuestra edad), ya que es cuando empezamos a construir nuestra autoestima y no tenemos aún otras experiencias con las que contrastar o recursos con los que gestionar una emoción, un comentario.

Si un niño está sufriendo acoso escolar en el colegio, lo comenta en su casa y la reacción de sus padres es escucharle, hacerle ver que van a afrontar la situación con él, hablando con el colegio y tomando medidas, ese niño está aprendiendo que es válido, tiene unos límites y tiene derecho a protegerlos. También que es bueno pedir ayuda.

Por eso es tan relevante la reacción del entorno ante situaciones de este tipo y tan determinante en el impacto de la salud mental de la víctima.

apoyo padre niño

Muchas veces comunicamos sin ser conscientes de que lo estamos haciendo. Cuando en el ambiente familiar, nos aguantamos el llanto, no expresamos malestar delante de nuestros familiares (quizá por no preocuparles, por tender a cargarlo todo) estamos transmitiendo el mensaje de que los problemas emocionales es algo de lo que cada individuo se tiene que encargar por su cuenta. Así, vamos añadiéndole connotaciones negativas al acto de expresar nuestro malestar (por ejemplo: soy débil, soy una desagradecida...).

Es importante tener en cuenta que las personas que nos influyen también han tenido sus aprendizajes en otros contextos situacionales o temporales y que irremediablemente sin un ejercicio de autoobservación (sea de manera autónoma o con un profesional) ni habilidades para hacerlo de una manera alternativa los transmitirán de generación en generación.

Las personas que invalidan a otras, a menudo lo hacen sin ser conscientes de cómo le va a sentar a esa persona, simplemente están tratando esa experiencia como tratan las suyas.

No aceptar las emociones impide el desarrollo de la empatía, esa capacidad que tenemos para comprender lo que la otra persona está sintiendo aunque no estemos de acuerdo con ello. Veámoslo con un ejemplo: Lucía y Paula son amigas desde hace años. A Paula se le ha muerto su perro y lleva 1 semana llorando cada vez que ve algo que le recuerda a él. Lucía nunca ha tenido perro y le parece exagerado. Sin embargo, es capaz de comprender la tristeza que sentimos cuando perdemos a alguien de nuestra familia y por ello, a pesar de considerar que es excesivo llorar tanto por un animal le hace un regalo con la foto de su perro.

Gestionar las emociones es un aprendizaje fundamental que nos permite interactuar con el entorno de una manera adaptativa. Nos aporta mucha información sobre nosotros mismos, nuestra relación con el medio, nos ayuda a canalizar el malestar y a actuar en función de lo que es mejor para nosotros en esa situación. Y por si fuera poco, nos ayuda a experimentar otras emociones relacionadas que también son buenas para nuestro desarrollo.

Las emociones generan a su vez otras emociones. Una derivada del enfado es la frustración, emoción que nos puede producir malestar pero que nos recuerda nuestras limitaciones, nos hace valorar más lo que obtenemos y aprender estrategias de afrontamiento.

En la edad adulta podemos relativizar el impacto de esas experiencias, elegir de qué nos desprendemos, o modificar las conductas de invalidación que los demás tienen hacia nosotros, de manera autónoma o con terapia.

Cómo podemos validar nosotros a un amigo, familiar, pareja…

VALIDAR EL MALESTAR de alguien no significa aceptar que su visión sea una representación objetiva de la realidad ni que tengamos que acceder a los deseos de la otra persona cuando perjudican a los nuestros.

Significa COMPRENDER que cada persona tiene una visión y una experiencia emocional diferente, que no hay un medidor sobre por qué cosas tiene sentido derrumbarse y cuáles no, qué cosas son lo suficientemente graves como para darles importancia y cuáles no...

Y partiendo de que todas las versiones son válidas, se puede decidir qué alternativas hay de solución y escoger cuál es la que mejor conviene a una parte, o si es un problema que atañe a una relación, a ambas. Teniendo en cuenta que la otra persona también tiene derecho a tener su punto de vista propio y emociones.

Por ello, es inútil entrar a debatir quién lleva la razón, porque cada persona ve la misma situación desde su filtro, los valores y creencias que ha aprendido durante toda su vida.

Si abrimos un canal de comunicación sin juicios, podremos expresar, entender y llegar a puntos de encuentro entre las necesidades de una y otra parte.

Esto requiere un aprendizaje que empieza por identificar cuando sin querer estamos haciendo un comentario que aun desde nuestra mejor intención acaba invalidando el malestar de otra persona. Para ello, es fundamental empezar a reconocerlo en nuestro lenguaje, frenarnos y posteriormente plantearnos una alternativa. Te dejo algunos ejemplos al respecto:

comentarios invalidantes

P.S: el contenido de este blog es psicoeducativo y aunque pretende explicar de manera ligera y pedagógica conceptos de psicología, sería poco realista esperar conseguir cambios profundos sin un trabajo terapéutico en aquellas personas que lo necesiten. Si tienes dificultades en tu día a día, pide ayuda. ¡Merece la pena!

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Laura Marín Cuesta

Regulación emocional

Psicóloga general sanitaria y neuropsicóloga, experta en terapia cognitivo conductual.