¿Por qué me cuesta tanto decidir?
Toma de decisionesLaura Marín Cuesta
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Cuando hemos cambiado de parecer o afrontado una situación de manera diferente a lo que estamos acostumbrados, solemos estar un poco expectantes.
Hay quien no vuelve al proceso de valoración anterior como cuando acaba un examen y no quiere saber nada, comprobar las respuestas en apuntes, hablar, etc.
Pero otros, se preguntan “¿Habré hecho bien?” “¿Me habré equivocado o no?” y pueden incluso valorar volver a la situación anterior porque era una zona conocida.
¿Alguna vez te ha pasado?
Es normal echar la mirada atrás cuando dudamos. Pero es importante lo que hacemos antes y después.
Si:
- Evitamos decidir y postergamos el momento. Esto nos hará prolongar situaciones en las que no estamos del todo a gusto.
- Confiamos en el criterio por el que nos guiamos en el momento de decidir y damos un tiempo para observar resultados.
- Intentamos asegurarnos de que es una buena decisión, preguntándole a varias personas, sobreanalizando los pros y contras (algo que nos dará ansiedad), realizando comportamientos que compensen la posible consecuencia mala (dejarlo con una persona y seguir hablándola para asegurarnos que está bien).
- Volvemos a nuestra zona de confort. Aunque pueda parecer cómoda, ésta también tiene un coste.
Esto determina que afrontemos las decisiones de manera adaptativa y resolvamos situaciones con cierta eficacia o que nos interfieran más de lo debido ocasionando malestar.
En terapia abordamos las diferentes dificultades que pueden surgir durante todo el proceso de la toma de decisiones después de analizar la raíz del problema: por qué nos cuesta tanto, qué valores tenemos asociados a cada tipo de estrategia…
Hay factores personales que pueden facilitar que nos atasquemos con una decisión:
- Creer que hay una sola solución óptima.
- El miedo a equivocarse o a las consecuencias que ello pueda tener.
- La dependencia emocional cuando hablamos de relaciones personales: miedo a soltar una persona, arrepentirnos y que no esté ahí para nosotros en ese momento.
- El miedo a la incertidumbre: éste dificulta aquellas decisiones que impliquen cambios en la rutina porque asociamos certezas con el control que tenemos sobre la situación.
- Creer que somos responsables no solo de la decisión sino también de las consecuencias que acarree a otras personas.
- El tipo de decisión: todos los días decidimos cosas. Sin embargo, varían enormemente en complejidad. Cuando tenemos que tomar una decisión suele ser ante una situación que nos genera dudas, y en la que tenemos que valorar alternativas. Puede considerarse como un problema, no en sentido peyorativo sino como una situación que tenemos que resolver de alguna manera para alcanzar más claridad. De esta forma podemos distinguir:
Por eso quizás no hayas necesitado ayuda anteriormente.
Además, podemos modular el impacto de factores que no dependen tanto de nosotros como:
- El tiempo del que disponemos para tomarla.
- La estabilidad del entorno. Si estamos considerando romper una relación y a la vez tenemos una situación complicada en el trabajo, podemos posponerla al sentir que tenemos “demasiados frentes abiertos” para ser abordados.
Varios autores dicen que la toma de decisiones constituye un proceso en el que si conseguimos definir bien el problema tenemos el 50% de éste resuelto, pero para ello debemos antes ser conscientes de cómo lo estamos orientando:
Cuando nos entran las dudas sobre si hemos tomado una decisión, podemos recordar:
- Que tenemos recursos para rectificar o afrontar sus consecuencias, nos gustan más o menos. ¿Acaso no lo hemos hecho otras veces?
- Que promover cambios nos enseña algo que no aprenderíamos de seguir en una situación estática. Qué es lo que queremos y qué no.
- El motivo por el que elegimos probar otra vía (por ejemplo, estancamiento).
Laura Marín Cuesta
Psicóloga general sanitaria y neuropsicóloga, experta en terapia cognitivo conductual.